No hay nada más terrible para el ser humano que el error. Por un error podemos perder una amistad de años, por un error podemos romper un matrimonio de toda la vida, por un error podemos castigar o juzgar de forma equivocada a nuestros hijos, por un error podemos tener problemas económicos con la administración, por un error puedes matar a una persona, por un error puedes desviarte del Eterno.

Los errores ocupan un lugar muy importante en la historia del ser humano, sus consecuencias pueden ser impredecibles y casi siempre afectan a otros de forma dolorosa. Pero también pueden causarnos daños de una forma irreparable.

Error y pecado son lo mismo en la Torá del Señor.

¿Quién no ha leído alguna vez sobre este pasaje tan enigmático de los hijos de Aarón?

¿Quién no se ha quedado sorprendido de las consecuencias de algo que parece insignificante?

Pero es incuestionable que no puede ser insignificante por las consecuencias que acarrea.

¿Qué es lo que pasó? ¿Qué hicieron?

«Números» recoge el recuento de todos los israelitas y por tanto también de los sacerdotes. Se contabilizan las tribus, las casas paternas, y también los miembros numéricos. Llegados al cap. 3 nos encontramos con los sacerdotes, y que estos dos hijos de Aarón murieron sin dejar descendencia, por lo que el sacerdocio recae sobre los dos hijos restantes: Eleazar e Itamar.

El relato más descriptivo lo encontramos en Lev.10

Quiero matizar que la palabra hebrea que se utiliza para extraño es Tzur y que la palabra escrita en la Torá es Tzará.

Tzará se define con «lanzar de aquí para allá, dispersar, aventar, derramar, disipar, echar, esparcir.

Con esto parece ser que los hijos de Aarón esparcieron algo, o derramaron algo, sobre el fuego que habían preparado.

Un fuego profano.

«Esh» significa fuego en hebreo.

«Por lo tanto el significado más acertado del texto es que Nadab y Abihú echaron algo en el fuego que no era lo mandado por el Eterno».

Poco podríamos saber si no fuera por el contexto religioso de aquella época.

Podemos encontrar que Hehu o Hehut eran los dioses del fuego en Egipto. Sabemos con más detalles que otros pueblos o naciones, como en Babilonia, que se practicaba el culto a estos dioses tomados de los elementos «endiosados»: agua, fuego, tierra, aire.

En el libro apócrifo de «Sabiduría» encontramos una cita muy interesante.

Sabiduría 13:2 «En cambio, reconocieron como dioses
al fuego, al viento y a la suave brisa; a los mares, a los ríos y a las estrellas del cielo»

Esta cita nos lleva a otra que sí está en el Tanaj, Job 31:26-27.

«¿Acaso al ver el sol como brillaba, y la luna que marchaba radiante, mi corazón, en secreto, se dejó seducir para enviarles un beso con la mano? (parece ser que esta acción era parte del rito pagano)

En la época en que nuestro pueblo salió de Egipto, ya estaba extendido el culto al fuego. En Babilonia el Mazdeísmo (culto a Ahura Mazda) ya estaba extendido. Dentro de él se daba culto a un dios menor: Atar, dios del fuego. Ahura Mazda era el creador no creado, deidad suprema, del que el fuego y la luz, eran manifestaciones.

*Curiosamente es de esta religión de donde vine el concepto de «inclinación al bien o al mal» que actualmente encontramos en el judaísmo ortodoxo, así como la ausencia de cualquier ente maléfico (hasatán).

En el ritual del zoroastrismo (que aún existe, sobre todo en Irán e india) se encendía un fuego en un recipiente metálico, con forma de copa, donde se quemaba «efedra», una planta alucinógena con el objeto de provocar los éxtasis propios de estar bajo los efectos de las drogas.

Por tanto, tenemos muchas razones para deducir que aquel fuego profano (idolátrico), no era otra cosa que un ritual Mazdeista.

Por tanto, podemos intuir, y con razón, que lo que allí ocurrió fue el castigo por la introducción del sincretismo religioso en la palabra de Elohim. Sincretismo manifestado en la utilización de efectos alucinógenos para provocar «efectos» de trance y crear un canal de comunicación «sobrenatural con facilidad». Si lo reducimos a una sola expresión: «quisieron echarle una manita al Eterno»

Somos propensos a la ayuda. Sí, la ayuda es buena:

«al pobre, al huérfano, al necesitado, a la viuda, al herido, al ignorante, etc.»

La ayuda parte de una premisa: «hay otro que está necesitado y yo tengo unas condiciones más favorables que las suyas». Nos habla de misericordia, de bondad, de empatía. ¡Y eso es bueno, estupendo y fantástico!

Pero la ayuda se puede convertir en pecado, si a quien le echamos una mano es al Eterno.

¿Por qué?, porque Él es el Todopoderoso y solamente pensar en que él nos necesita ya es una blasfemia.

Algunos hombres, a lo largo de la historia, han querido echar una manita al Eterno:

*A convertir judíos: con la persecución, la tortura y el asesinato.

*A convertir a los incrédulos: con falsos milagros, con manipulación y emotividad. Con promesas falsas y doctrinas agradables.

* A que el creyente crea de una manera más completa, exacta e indudable en «la religión verdadera».

¿Qué da por sentado esta actitud?:

* ¡Que nos creemos más santos que el Eterno!.

*¡Que nos creemos más sabios que el Eterno!.

*¡Que tenemos una visión más perfecta y clara de las cosas que Él!

«Así es como echamos una manita al Eterno con cosas profanas»

Siempre la razón de esta actitud ha sido encauzar o dirigir las cosas por el camino que nosotros creemos más correcto o perfecto. Y eso es profanar la palabra del Eterno.

«Cuidado con los fuegos profanos que el hombre ha encendido a lo largo de los siglos y milenios, algunos siguen encendidos y millones no lo saben». Pues esos fuegos tomar formas de libros profanos, fiestas profanas, enseñanzas profanas, culto profano, canciones profanas, religión profana. Algunas de ellas, se han agarrado como si de una garrapata se tratase y no se desprenden con facilidad.

¡Cuidado con lo que desvirtúa y prostituye el mensaje, la escritura y la esencia de la Torá dada en el Sinaí, de las amonestaciones de los neviim y de la obra del Mashiaj!

¡Que seamos hallados escritos en el libro de la vida del Mashiaj!