
Shalom estimados lectores
La parashá de esta semana se denomina “Vayakhel”, significa “Y congregó”. El Texto recoge cómo Moshé transmite al pueblo de Israel las órdenes del Dío. Órdenes concretas y concisas, que todos debían obedecer. Once veces recogen los capítulos 35 al 39 la palabra “tzivah”, ordenó.
Siempre ha tenido una gran importancia lo que el Eterno nos ha dicho, ordenado o mandado, da igual cómo se traduzca. Lo que no es igual es cómo se implementa en nuestras vidas y en nuestro pueblo.
Recoge el texto de esta semana la labor tan destacable de hombres y mujeres generosas, mujeres y hombres diestros y grandemente motivados por hacer aquello que iba a representar al Eterno en medio de ellos.
Y el Texto describe los materiales de cada objeto, la forma y cómo se realizó. Y esto es muy importante, nos da una lección que no deberíamos haber olvidado jamás.
El ser humano tiende a creerse sabio. Aunque seamos unos necios en algunos temas, siempre queremos aparentar como si fuéramos ingenieros en ello. Podemos ver en televisión cómo mecánicos mejoran automóviles viejos, colocándoles nuevos componentes o sistemas de última generación. Nosotros hemos hecho algo parecido, multitud de veces, con la Torá del Eterno.
Pero no, Bezaleel y Oholiab se ciñeron al diseño que les fue declarado. Podrían haber hecho las palas del incienso con mayor suntuosidad y riqueza, quizás una filigrana de plata que resaltase con el bronce. La mesa del incienso más grande y espectacular.
¡Pero no!
Lo hicieron según todo lo que el Dío había ordenado (36:1).
Lo más importante que hicieron y por lo que deberíamos recordarlos y emularlos, debería ser por su actitud de humildad.
¡Qué difícil es que a un portento en sabiduría, un artista indiscutible, le des una orden y la cumpla sin rechistar!
Nosotros nos hemos caracterizado, por más de tres milenios, en creernos más sabios que el Eterno. Sólo nos basta leer las haftarot de estas semanas.
Qué maravilloso sería que dejásemos de pensar en nosotros, y pensásemos más en cuál es la voluntad del Eterno, sin tretas, sin vanidades, sin recelos, sin mentiras y engaños.
Sin lugar a dudas, estaríamos siendo participes del plan del Eterno, y no piedra de tropiezo para que el Reino del Dío se manifieste en este mundo de maldad.
Shalom
R. Mijael Sofer PhD.