parashá, judaismo, vayejí

Shalom estimados

 

Hace unas décadas hubo una crisis laboral grande, eran los años 70 y 80. Entonces había anuncios de trabajo en los periódicos. El más famoso era “El Ya”, luego apareció el “Segunda Mano”. Era un tiempo donde no había internet, ni ordenadores personales.

Y yo bastante joven, buscaba un trabajo en las secciones de anuncios de aquellos periódicos. Había un requisito que reclamaban:

“se ofrece puesto de trabajo para persona ambiciosa, se ofrece 100.000 pesetas al mes”

En determinados trabajos se requiere ambición, en otros discreción, en otros poca formación, en otros fuerza física, en otros idiomas.

Curiosamente, tenemos diputados en el Congreso con estudios básicos y a un camarero de playa le piden 4 idiomas. ¡En fin!

¿Qué demanda el Eterno Adonay, en los temerosos, en los tzadik, en los justos?

¿Erudición? ¿Don de gentes? ¿Ser un buen gestor? La respuesta es NO.

Yo jamás escogería a una persona por su conocimiento como oficial de la sinagoga. Nunca será esa la premisa. Ni el valor, la fortaleza o las dotes de gestión.

Gedeón fue un acobardado.

David era un chaval menospreciado.

Jonás no gestionó adecuadamente lo que el Eterno le demandaba.

Esta semana podemos descubrir lo que es fundamental para el Eterno, y, por lo tanto, lo que debe ser importante para nosotros.

En la Parashá de esta semana se recoge una historia impactante.

Me refiero a la Bendición de Efraím y Manasés.

Hay muchas cualidades que podemos tener, muchas. Pero no todas son importantes: desde luego la ambición no es una cualidad, sino todo lo contrario.

La Kehilá no es el lugar para la ambición, sí para los anhelos, pero no para las ambiciones.

Es muy de destacar, que nuestro padre, el padre de todos nosotros es Abraham, pero no le escogió el Eterno como referente. No bendecimos con “Te haga el Eterno como Abraham”

También tenemos otro patriarca: Isaac, nacido de la promesa del Eterno a Abraham, pero él tampoco es un referente para la bendición. O Jacob, Israel, que el Eterno moldeó su vida y es la raíz de todas las tribus.

Tampoco Benjamín o Yehudá, ni ninguno de sus hermanos. Ninguna de esas cualidades era realmente imprescindible para el Eterno.

Estamos hablando de una cualidad sin igual, que ninguno de los hijos de Israel tenía y que hizo que el Eterno seleccionase a sus nietos.

Por ti Israel bendecirá, diciendo: ‘Que Elohim te haga como a Efraím y como a Menashé'»

¿Qué había en ellos de especial?

La pregunta no es correcta, lo correcto es preguntar: ¿Qué es lo que no había en ellos?

No había rivalidad, ni ambición, ni envidias, ni violencia.

Israel revivió en un instante el episodio cuando suplantó a su hermano, engañando a su padre y arrebatando la primogenitura.

Había un paralelismo evidente, pero Manasés no protestó, ni Efraím lo ambicionaba.

Y eso es lo que buscaba Israel, eso es lo que busca Adonay de nosotros:

Un corazón humilde, sencillo, sin maldad, directo (sin doblez).

Y esas son las cualidades que debemos atesorar.

Por eso bendecimos:

Que el Eterno nos haga como a ellos, pero para eso debemos tener sus cualidades.

Por eso cuando hacemos esa bendición, estamos anhelando dos cosas: Que nuestros hijos sean buenos y humildes y que el Eterno los colme de bendiciones.

Es por eso, que tradicionalmente (y hemos de conservarlo y enseñarlo), los hijos besan las manos de sus padres antes de la bendición, en señal de humildad y devoción a sus padres (que les encaminan en el amor y el temor del Eterno).

¡Que seamos como Efraím y Manasés!

Shalom.

 

R Mijael Sofer PhD