
Shalom, estimado lector.
Esta semana, la porción de la Torá contiene un pasaje que algunos han considerado duro, en muchas ocasiones. Es el pasaje o suceso que da nombre a este parashá: Y supliqué.
No sabría decir, cuantas veces, a lo largo de mi vida, he escuchado suplicar al Eterno. Todos: mujeres, hombres, ancianos, jóvenes y niños. Todos suplicamos al Eterno, todos demandamos al Dío por alguna causa.
No nos interrogamos, si será la voluntad del Eterno, conceder tal petición. Lo único que deseamos es que Él sea propicio a nuestra demanda y haga nuestra voluntad.
He visto rogar por peticiones descabelladas, oraciones sin sentido de la razón o la lógica. Peticiones que demostraban, que lo único que le importaba al orante, eran sus deseos o sus planes. Y es que con demasiada facilidad nos olvidamos, que esta sociedad, no es la expresión de la santidad del Eterno, que todo lo que podemos adquirir en este mundo, se queda aquí. Que nada aquí es Eterno, que todo es parte de este mundo efímero.
La porción de esta semana nos enseña una lección muy importante: lo que realmente es lo importante en nuestras vidas: dar la gloria el Eterno.
Cuando hacemos una petición según nuestros intereses, buscamos nuestra gloria, fama, honra o beneficio. Qué diferente es cuando buscamos la Gloria de aquel que nos libertó para ser su pueblo.
Verdaderamente es una tragedia, la nuestra, cuando erramos al percibir lo que es realmente importante. Cuando nuestra mente divaga en absurdeces y cosas vanas, Cuando lo que dirige nuestra vida son motivos vanos, ilusiones que no edifican o sentimientos pestilentes (rencores, envidias, odios, celos, etc.).
No lo ignoremos: Moshé no entró, no se le permitió por su pecado. Meditemos sobre esto y busquemos en nuestra vida destellos de aquellos pecados. Con demasiada facilidad se repiten situaciones del pasado, los pecados de otros, de los que deberíamos haber aprendido. Desgraciadamente, no solemos aprender de los errores de otros, sino de las consecuencias de los propios.
¿Quién nos diera que interpretásemos bien la palabra y la voluntad del Dío! Que pudiéramos comprender, que no nos ordena el Eterno, escuchar los estatutos y decretos, como se suele traducir en capítulo 4:1. Que el mandato del Eterno es obedecer, que es también el significado de Shemá.
Obedezcamos al Eterno y olvidémonos de nuestro egocentrismo.
Shalom.
Rab. Mijael Sofer PhD.