Shalom estimados
La parashá de esta semana nos aporta grandes lecciones. Por un lado, podemos aprender del plan del Eterno, no sólo para Israel, sino para todas las naciones. Es muy importante que entendamos la gran diferencia entre objetivo y medio. Es decir, lo que es el plan perfecto del Eterno y el medio que utiliza para desarrollar ese plan y alcanzar el santo objetivo. La historia de Abram nos habla de ese plan sublime y cómo el Eterno empieza a ejecutar su plan. Todo empieza con Abram.
Sin Abram y las promesas que recibió, no entenderíamos nada de las Escrituras. Es como si nos tragásemos las 9 horas de las tres películas del Señor de los anillos y sólo nos hubiéramos fijado en los pelos de los pies de los medianos.
El ser humano es necio. Algunos tenemos el síndrome del ombligo. Nos creemos el centro del plan del Eterno, que sólo nos ama a nosotros, o que lo importante es lo que nosotros deseamos y Él está ahí para satisfacer nuestras peticiones.
Que lo primero que se nos pasa por la cabeza es la inspiración del Espíritu Santo, y que una de sus funciones es dar veracidad a nuestras doctrinas.
¡Qué necios somos!
Y por otro lado, podemos aprender que tampoco podemos ayudarle a mejorar sus planes.
En la porción de esta semana, vemos cómo el Dío le ordena a Abram dejar a sus parientes y marchar hacia una tierra nueva para él. El Eterno tenía un plan perfecto, como todo lo que Él hace. Pero Abram decide llevarse a Lot.
¡Lot!
¡Cuántos quebraderos de cabeza se podría haber evitado siendo fiel a la Palabra del Dío!
Y no hemos aprendido mucho de esta situación que nos relata la Torá. A día de hoy seguimos pensando que tenemos una idea fantástica, que no pasa nada por modificar el mandato del Eterno…
Luego viene el lamento y la angustia.
Aprendamos de los errores de Abram y seamos fieles, en lo poco y en lo mucho.
Berajot.
R. Mijael Sofer. PhD