parashá Vayikrá judaismo

Shalom estimados,

La parashá de esta semana tiene un mensaje  que debería marcar una impronta permanente.

Todos sabemos que en el Templo se ofrecían sacrificios. El Dío estableció un sistema de sacrificios que garantizaba el perdón de los pecados. Después de la destrucción del Templo en el año 70, a causa de los pecados de Israel, los rabinos fariseos diseñaron e implementaron una nueva religión para los judíos.

Hasta ese momento, el judaísmo había sido “templocéntrico”. Quiero decir con esta expresión que el culto giraba en torno al Templo y los oficiales de tal “servicio” eran los levitas y los sacerdotes.  En esta nueva religión, diseñada en Yavne, el Templo era sustituido por las sinagogas, los levitas por los rabinos y los sacrificios por las oraciones que se diseñaron.

Una religión nacida de la voluntad humana y no de la “Palabra divina”. Una religión donde quedaban excluidos los que no aceptaban las nuevas doctrinas, ni los nuevos dirigentes.

Marcó el final de los “Señores de la Casa”, los Saduceos.

Inició la desaparición de las demás sensibilidades dentro del judaísmo, como los Esenios.

Y se persiguió con el objetivo de destruir a los Notzrim (nazarenos), que tuvieron que huir a Pella.

Pero volviendo a la Palabra que recibimos en el Sinay, el Dío establece un sistema de sacrificios con los que el hombre recibía el perdón del Eterno. Los holocaustos consistían en la muerte de un animal: un becerro, un macho cabrío, un cordero, tórtolas o pichones, debían sacrificarse. Muchos piensan que el oferente se limitaba a llevar el animal al sacerdote, y él, el sacerdote, lo mataba, lo troceaba y lo colocaba encima del fuego. Eso es incorrecto, demasiado fácil, demasiado barato.

Era el pecador el que tenía que matar el animal y trocearlo, con lo que la carga emocional era muy grande. De esa forma entendía y vivenciaba, que la consecuencia del pecado era la muerte. Que sin muerte no había perdón de pecado, que sin derramamiento de sangre, nadie podía ser redimido.

Hoy en día, tenemos una religión fácil, muy fácil. Se enseña que por “el mérito” de encender las velas del shabbat, los pecados de esa semana se han perdonado. Pecamos con ligereza y nosotros hemos establecido la forma en que somos limpiados. Nunca vi un juzgado donde el delincuente se imponga la pena.

Hoy en día tenemos una sociedad donde las acciones no tienen las consecuencias que deberían tener. Jóvenes que no respetan, que no obedecen la ley, y que no tienen ninguna responsabilidad por ser menores. Delincuentes y asesinos que tienen atenuantes por estar borrachos o bajo los efectos de las drogas.

Siempre tenemos excusas para justificar la maldad, pero nunca somos buscadores de la justicia  y de la virtud.

Nunca olvidemos que el Dío, jamás tendrá por inocente al culpable, y que nadie puede engañarle.

Kodesh la Adonay.

 

Berajot

Rab. Mijael Sofer PhD.