parasha, judaismo, Ekev

Shalom estimados.

Vivimos en un tiempo donde hemos cambiado tantas cosas, donde hemos modificado tantos significados, donde ya no somos capaces de diferenciar lo bueno de lo malo, la fidelidad de la infidelidad. Donde justificamos al malvado y somos condescendientes con el mentiroso, y más si es un político. Pero la parashá de esta semana nos da un destello de luz, de esa luz que solamente el Eterno puede darnos.  

Somos como hijos caprichosos, hijos mimados a los que no se les puede corregir, es más, así educamos hoy en día a los jóvenes. Pobrecitos, no se les puede decir nada para corregirlos porque se traumatizan. Pero el Eterno no es así. 

La porción de esta semana tiene un contenido impactante en el capítulo 9. Adonay no es como esas madres que justifican siempre a sus hijos y siempre los malos son otros, sus hijos son buenos y nunca hacen nada malo.

Adonay no es así, afortunadamente el corrige a su pueblo. Su justicia es justicia eterna, y su fidelidad también lo es. Es por eso que nos requiere, nos demanda justicia y fidelidad.

Lejos de mimarnos y consentirnos, en el capítulo 9 de Devarím nos recuerda quiénes somos, de dónde venimos, y a quién le pertenecemos. No nos da bálsamo, al contrario, este capítulo es como si nos diese una bofetada. 

Algunos llevan siglos enseñando, que el Eterno nos escogió porque éramos los únicos fieles, los únicos santos, los únicos justos de la tierra, y eso es mentira. Él nos recuerda lo que somos: un pueblo duro de cabeza, duro de cerviz, con un corazón duro como la piedra. Lo que significa que todo se basa en su misericordia, no en nuestra bondad, ni en lo bien que hacemos las cosas, ni en que seamos santos y justos.

El pueblo judío no es un pueblo de santos y de justos, es un pueblo de pecadores, como una y otra vez el Eterno nos recuerda. Nos lo recuerdan todo este capítulo 9 y también en el 10.  Aún estamos recordando la destrucción del Templo, y muchos rabinos del pasado y actuales, se empeñan en que la culpa nunca es de los judíos. El día que nosotros, como pueblo, reconozcamos que nos hemos alejado del Eterno y hemos quebrantado su Torá, ese día nacerá una nueva luz sobre nosotros, una bendición sobreabundante y todo será diferente.  No como en estos últimos siglos. Quiera el Dío que así sea, que nuestro corazón endurecido se vuelva de carne y el prepucio de nuestro corazón sea arrancado.

Meditemos, la Torá es muy clara.

 

Shalom.

 

Rav. Mijael Sofer PhD.