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¿Qué es realmente la circuncisión? ¿la puede tener una mujer?

Creo que, para responder esta pregunta, deberíamos echar una mirada a lo que significa el ritual de la circuncisión (Berith Milá). Remontémonos al momento en que el Señor llama a Abraham, para lo cual le dice:

Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3).

Dos ítem

Ese día Dios le promete que haría de él una nación grande y que en él serían benditas todas las naciones de la tierra.

Recordemos además que, previamente, el día en que Adán y Eva desobedecen a Dios, también Dios da una promesa, que de la simiente de la mujer nacería el que aplastaría la cabeza a Satanás (Génesis 3:15).

 ¿Qué de sorprendente tenía la promesa hecha a Abraham? Bueno, en ese momento, a los 75 años, ¡Abraham no tenía hijos! ¿Cómo sería eso de la nación grande? Pero el Dios que es fiel a sus promesas, 25 años después cumple su palabra, permitiendo que Sara, habiendo sido estéril, ya en la post menopausia y pasada de edad, engendre al hijo de la promesa, Isaac, que sería el encargado de perpetuar el linaje sagrado, a través del cual vendría el que aplastaría la cabeza a Satanás…

(Tampoco Abraham era un muchacho joven y vigoroso. La andropausia, desaparición de las glándulas sexuales del hombre. 50-70)

Ahora bien, antes de que naciera Isaac, Dios establece una señal para el pacto que ya había establecido con Abraham. Así como el arco iris fue la señal del pacto con Noé, en Génesis 17:10-11 nos describe cuál sería la señal del pacto con Abraham: “Este es mi pacto que guardaréis, entre yo y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado. Seréis circuncidados en la carne de vuestro prepucioy esto será la señal de mi pacto con vosotros”.

Una marca en el cuerpo, en una parte “privada”; no estaba a la vista de cualquiera, pero era una señal permanente en la carne, un rito que hasta el día de hoy los judíos conservamos. La circuncisión le grita al mundo que somos descendientes de la promesa hecha por el Dío a Abraham.

Con el paso del tiempo, ese hijo de la promesa se convirtió en una gran nación, tan numerosa como las estrellas del cielo y la arena del mar. Esa señal, que debía ser solo eso, una señal, se convirtió en una especie de orgullo étnico, que dejaba a las demás naciones por fuera de la bendición… cosa muy distinta al llamamiento original de Abraham que encontramos en Génesis 12:3: “Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”.

Sabemos que fuimos esclavos en Egipto mucho tiempo, 430 años estuvimos allí; el Señor nos liberó bajo el liderazgo de Moisés, y comenzamos a vagar 40 años por el desierto, debido a nuestra rebelión contra el Dío. Cuando creció una nueva generación y estaban a punto de entrar en la tierra prometida, es cuando Moisés pronuncia las palabras: «Circuncidad, pues, vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz (Deuteronomio 10:16). Y en ese momento se dan cuenta que, aunque esa generación es el pueblo del pacto ¡no se han circuncidado!

En el capítulo 5 del libro de Josué encontramos que el Señor le dijo: “Hazte cuchillos de pedernal y vuelve a circuncidar, por segunda vez, a los hijos de Israel” (V 2). Fue una nueva dedicación de ese pueblo, nacido en el desierto, que no había sido circuncidado, volviendo al ritual que los identificaba como pueblo del pacto.

Siguieron corriendo los años, y fuimos infieles al pacto. Por ello el Eterno nos castigó deportándonos a Babilonia. En ese contexto, aparece Jeremías para recordarnos algo tremendo: “Porque así dice el SEÑOR a los hombres de Judá y de Jerusalén: arad para vosotros en tierra virgen, y no sembréis entre espinos. Circuncidaos para el SEÑOR, y quitad los prepucios de vuestros corazones, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén, no sea que mi furor salga como fuego y arda y no haya quien lo apague, a causa de la maldad de vuestras obras” (Jeremías 4:3 -4).

¡Oh! ¿Qué tenemos aquí? ¿Entonces no era solo cumplir con el rito? Recordemos que la circuncisión es la señal, no el pacto. Shaul nos lo explica en Romanos 4:11: “…y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía mientras aún era incircunciso”.

El pacto era una cuestión del corazón (no del pene), una relación íntima de fe con el Dío Todopoderoso; “Porque no es judío el que lo es exteriormente, ni la circuncisión es la externa, en la carne; sino que es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino del Dío”

La bendición de Abraham es para todas las naciones, no solo para un pueblo; por la fe, cualquier nación podía alcanzar la bendición del Altísimo.

El verdadero judío, el que de verdad se somete al Eterno, halla en el Mashiaj la fuente de la bendición.

Los que creemos al Mashiaj, somos los que tenemos la circuncisión en el corazón. No basta con tener cortada la piel del prepucio, eso por sí sólo no sirve de nada. La verdadera circuncisión es adorar al Eterno de verdad, con integridad y reconociendo la obra incomparable del Mashiaj.

Esto es la manera más exacta de definir el “nacer de lo alto”.

Ninguna ley, ningún ritual, ninguna etnia, puede hacernos libres; solo El Mashiaj puede hacernos libres del poder del pecado y de la muerte. Es Él quien regenera; quien santifica, quien transforma.

Por eso es que todo ser humano, incluso las mujeres, debéis tener la circuncisión, del corazón. En la carne es símbolo, en el corazón es el pacto real.

Recuerda el pacto con el Eterno y vive agradándole en todo. 

¨Circuncidad, pues, vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10:16).