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Shalom estimados

La porción de la Torá de esta semana contiene un texto que todos nosotros debíamos recitar una vez al año. Es el texto que acompañaba a la ofrenda de las primicias. Con la cesta en nuestro hombro, llena de las primicias del fruto de la tierra que Adonay nos dió, debíamos recitar el contenido de Deuteronomio 26:3-10.

En él se recogen grandes verdades y dos aspectos muy importantes para nosotros: Dar la gloria al Eterno y el reconocimiento de su fidelidad.

No hay forma de reconocer la grandeza del Eterno, si no reconocemos antes nuestra imposibilidad, nuestra pequeñez o nuestra incapacidad para salir adelante por nuestros esfuerzos. Por eso, el texto comienza reconociendo de forma notoria quien era nuestro padre Yacob: un arameo errante, sin pueblo, sin grandes multitudes, sólo con sus hijos, sus descendientes y un grupo de siervos.

No éramos nada importante a los ojos de cualquier humano. A pesar de todo lo que sufrimos siendo esclavos, el Dío de Israel escuchó nuestro clamor, vió  nuestra aflicción y nos sacó de Egipto, de forma poderosa. Y no sólo eso, nos dio una Torá, una tierra y unos dirigentes. Tres requisitos necesarios para ser una nación. Sin ellos seriamos un estado fallido, como muchos de los estados que hoy en día rodean a Israel (Siria o Líbano).

Sin tierra no podemos ser nación.

Sin Líderes que nos guíen de forma veraz y eficaz, solo somos un grupo anárquico: como ovejas sin pastor, perdidas y sin rumbo. A veces se nos olvida el significado de pastor, el que pastorea, el que lleva el rebaño a lugares de pasto saludable, fresco y abundante.

Ese pasto, por supuesto es la Torá. El alimento de Israel, con lo que el Dío nos alimenta. Ese alimento es nuestra santa y bendita Torá (ley, forma de vida).

Por eso, este texto nos habla de lo que fuimos y de lo que somos, si obedecemos la Palabra del Eterno.

Algunos religiosos de este tiempo se atribuyen la identidad de Israel, pero es curioso:

No es Israel su tierra, sino su país de nacimiento, y su cultura es la heredada de sus padres gentiles.

Sus líderes fueron formados en seminarios cristianos (en el mejor de los casos) otros en centros de desintoxicación y sus conocimientos son escasos y defectuosos.

No obedecen la Torá de Adonay, sino que siguen inventos de hombres, despreciando la palabra del Eterno y ninguneando el Pacto contenido en esta porción de la Torá.

Todo lo que tenemos es por la misericordia del Eterno. Pero la mayor bendición es haber recibido la Torá del Eterno, Torá dada a Moshé y confirmada de manera absoluta por el Mashiaj.

No lo olvidemos, no sea que nos hayamos apartado del Eterno y creamos como “los sin dios”: que todo es el fruto de nuestras manos y de nuestra sabiduría.

Berajot

Rabino Mijael Sofer.