parasha, judaismo, ki tavo

Shalom estimados

 

El ser humano tiene muchas capacidades: cultiva, produce, crea, inventa. Tiene la posibilidad de hacer muchísimas cosas con sus manos. Pero antes las piensa, las medita y luego las ejecuta. Tenemos grandes capacidades, pero se pueden convertir en algo incorrecto. Podemos pervertir lo que el Eterno nos ha regalado, y algo que había podido ser de bendición se convierte en maldición. En la parasha de hoy, que empieza en el capítulo 26 de Deuteronomio vemos algo de lo que estoy hablando.

Se recoge en la primera parte una promesa implícita y es que sucederá que entraremos en la tierra que el Eterno nos ha dado, ¡qué maravilloso! y habitaremos en ella y tendremos sus frutos, todo será bendición. 

Siempre el Eterno ha cuidado de nosotros, nos ha bendecido (No solamente a ellos, sino también a nosotros, lo hizo, lo hace, y lo hará, siempre el Eterno cuida de sus hijos).

Pero eso puede transformarse en algo negativo.  para ser más exactos no es que se transforme, es que nosotros lo transformamos con nuestra actitud, con nuestros hechos. Porque automáticamente después de habernos dicho el Eterno esto, nos impone un mandato: cogeremos los primeros frutos y se los tenemos que llevar a él.

¡Qué fácil es olvidarnos de lo que somos cuando todo nos va bien! Cuando todo nos va mal, buscamos al Eterno, a veces de forma desesperada y eso es también un error porque en nosotros no puede haber desesperanza.

Y no podemos tener desesperanza porque el Eterno siempre es nuestra esperanza.

Pero algo que tenemos que tener en cuenta y no podemos olvidar jamás (como iba diciendo) es que una bendición nosotros podemos transformarla en una maldición: tenemos esa capacidad, me explico. 

Puede ser tan maravillosa la bendición del Eterno que nos olvidamos de quiénes somos, de dónde hemos salido, de dónde nos ha sacado el Eterno, y qué es lo que hemos dejado atrás, ¡porque hemos de dejar atrás muchas cosas!  Por eso el Eterno nos impone un ritual: es el de Bikurim, el de las Primicias.

Tendríamos que haber repetido cada año de nuestras vidas esa fórmula tan maravillosa que el Eterno nos ha dejado en Deuteronomio 26 versículo 5, empieza reconociendo “Un arameo errante fue mi padre”

¡Qué importante es saber quiénes somos y nuestras limitaciones cuando la bendición del Eterno sobreabunde y no nos falte nada!

 

Es muy fácil caer en el error de pensar que nuestro éxito es el resultado de nuestro trabajo, de nuestros dones, de nuestra sabiduría, de nuestro bien hacer y eso no es verdad.

Que hubiésemos entrado en la tierra prometida, dependía de su guía, de su protección, de su cuidado, de su bendición, pero sabemos, además, que no fue así, no entramos por nuestra culpa, pero en ese futurible maravilloso que teníamos por delante, si hubiésemos obedecido, estaba el reconocer su bendición: “cuando entres en la tierra que yo te doy, cuando la tomes en posesión, lo que te dé la tierra es mío, porque mía es la tierra, y tú éxito es mío y tu bendición es mía”; y nos olvidamos de ello.

Y el pueblo judío sigue olvidando eso. Ya sabéis que ahora, dentro de poco, celebrarán Rosh Hashana y no Yom Teruah.  Igual que hace unas semanas celebraron Shavuot y no Bikurim. Cuando nos olvidamos de las maravillas del Eterno siempre nos equivocamos, y eso es una tragedia

Es nuestra gran tragedia porque somos Israel y actuamos como si fuésemos nosotros los dioses, los soberanos, los dueños de nuestra vida, los artífices de nuestra bendición y eso no es verdad. Demasiadas veces hemos cambiado las ordenes que el Dío nos entregó y hemos creado una religión a nuestro capricho.

Una vez más hoy hemos leído que el Eterno nos manda cumplir sus Estatutos y Decretos.  Lo hemos leído muchas veces y lo leeremos muchas más, porque es lo que nos hace ser lo que somos y quiénes somos. No somos judíos por como vestimos, ni por el dinero que tengamos, ni por las tradiciones que cumplimos, sino porque le obedecemos a él, al Eterno.

No somos su pueblo porque nos emocionamos,

No somos su pueblo porque lloramos,

No lo somos porque nos arrodillamos,

o por lo que sentimos,

somos su pueblo porque obedecemos y porque reconocemos que él es nuestro todo. 

 

Quiera el Eterno que jamás lo olvidemos, porque si lo olvidamos, porque si no lo recordamos, nos alejamos de él.

Dice el verso 18:  “Y hoy el Eterno te ha hecho aseverar que has de serle su pueblo especial, como te había prometido, y que obedecerás todos sus mandamientos, a fin de que Él te eleve sobre todas las naciones que ha hecho, para alabanza renombre y gloria, y seas un pueblo santo para Adonay tu Dío, según ha prometido”.

 

¡Amén!

Rabino Mijael Sofer.