El término terumá («ofrenda») se menciona tres veces al comienzo de la Sección de la Torá de esta semana, pero nos centraremos en el verso 2:

“Di a los hijos de Israel que recojan una ofrenda para mí. De todo varón generoso de corazón recogeréis una ofrenda para mí.”

El gran sabio cordobés, Maimónides, explica que hay cuatro clases de sacrificios u ofrendas:

1) las comunales.

2) las privadas o individuales.

3) la comunal análoga a la ofrenda individual.

4) la privada análoga a la ofrenda comunal.

El Eterno, dejó bien descrito y definido el modo de vida, la forma de comportarse, la liturgia del santuario. Pero dejó a expensas de su pueblo, la magnificencia de su construcción, la cantidad de Material.

No la calidad, pero sí la cuantía. Y dejó esta ejecución a la disposición de corazón.

¿Por qué?, porque tu actitud de corazón es lo que en verdad es importante en tu vinculación con el Eterno, con tu obediencia y con tu servicio de adoración diario y vivencial.

En tu corazón están los cimientos y la calidad de tu fe. La intensidad de tu entrega, la calidad de tu oración (no cantidad).

Ciertamente, en ti está la edificación de tu corazón, tu entrega profunda y sincera. Y digo corazón por seguir el modismo, pues todos sabemos que no depende de tu corazón, sino de tu mente, que es donde está el asiento de tu voluntad.

Es ahí donde radican tus decisiones. Es ahí donde te vuelves tacaño o generoso, falso o veraz, donde se fragua un hombre o mujer bueno o malvado. Es ahí donde interiorizamos la Torá o despreciamos su contenido.

¡Cuán importante es el corazón, la mente!

Trabaja tu mente, medita, busca el eco de la voz del Eterno en ella. Pues si no oyes su voz, si no hay korbán de ti para el Eterno. Tú no serás Santuario del Dío único. Serás, a lo sumo, un religioso mediocre, que siempre hace su voluntad y no lo que el Eterno le demanda.

Medita hermano, medita.

Rabino Mijael Sofer.