parashá, judaísmo, tetzaveh

Shalom, Estimados lectores.

 

La parashá de esta semana está llena de descripciones detalladas.  El contenido de instrucciones sobre la manufactura es muy extenso, y proyecta de forma inequívoca, la  trascendencia de lo que representaba. ¿Cómo mostrar al pueblo sacado de la esclavitud, la magnificencia del Eterno y la honra tan enorme que tenían aquellos elegidos para servirle?  con sus vestiduras, con su consagración, con el servicio que desarrollaban.

Aquel tabernáculo, que era provisional, debía ser un referente de la Kabod, la gloria del Eterno entre su pueblo.

El relato de esta semana contiene una descripción detallada de la primera consagración. Esta consagración es un acto superior y escapa al contenido de la Torá. En la Torá se especifica el orden  de los sacrificios y ofrendas. Nadie fuera de los cohen podía oficiar, pero aquí vemos a uno, que de forma explícita, estaba por encima del Cohen haGadol, y ese era Moshé.  Moshé fue el comisionado de forma expresa y detallada para consagrar a Aarón y sus hijos. Enseñándonos de forma clara, un orden superior al de ellos.  Y si a ellos se les demandaba “santidad y consagración”, queda claro que la de Moshé era superior.

Algo parecido se entendió que ocurriría con el Mashiaj. Por los rabinos antiguos (antes de la era actual) se enseñaba que cuando viniera el Mashiaj, podría cambiar el contenido de la Torá. Esa es la razón de la gran afirmación de Yeshúa de que no debían pensar que había venido a derogar la Torá o los Neviim. No era esa su misión, sino que el pueblo de Israel la cumpliese de una forma fiel.

Pero volviendo al texto que nos ocupa, encontramos en varias ocasiones al expresión kodesh  kodashim (santísimo). Todo lo que rodeaba el sacerdocio, a los sacerdotes, a su labor, sus ropas, sus sacrificios, todo absolutamente todo, debía mostrar de forma rotunda algo que el Eterno les demandaba a ellos, y al pueblo: la santidad.

Cohen y santidad, están tan unidos como Adonay e Israel (recordemos las piedras con la inscripción de las tribus). Desgraciadamente no fue así.

Con sólo recordar la festividad de Janucá, nos viene a la mente la gran cantidad de Cohanim que se helenizaron y revertieron el berith milá en su pene. Desgraciadamente esto no fue un hecho aislado, basta con hacer un estudio al respecto y el corazón se nos encoge.

Y aunque esta demanda es destinada a los sacerdotes, es una característica que todos los que se esfuerzan por ser servidores del Dío, deberían tener. Es imposible agradarle sin santidad. No nos demanda erudición, ni dotes musicales, ni facilidad de palabra, aunque la excelencia debe ser una característica en nosotros. Excelencia a la hora de trabajar, de estudiar, de limpiar, de vivir, excelencia con nuestra palabra (siendo fiel a nuestros compromisos verbales). Quizás podemos pensar que la santidad es ser buen religioso, grave error. La historia de las religiones y de Israel también, está llena de religiosos impíos.

Recordemos: kodesh  kodashim, y reflexionemos.

Shalom.

 

R/ Mijael Sofer PhD