parashá, judaismo, vaetjanán

Shalom estimados

Si nos diese por hacer una encuesta y preguntar: ¿Cuál es la plegaria más repetida?, las respuesta es lógica: La Shema.

En la porción de esta semana, la encontramos en el capítulo 6, verso 4.

La recitamos tantas veces, a los largo de toda nuestra vida, que quizás hemos dejado de ver con claridad lo que el Eterno nos quería decir. Me explico.

Imaginémonos que vamos al cine, uno de esos cines  tan modernos de los que disponemos ahora. Iniciamos el ritual: compramos las palomitas, los refrescos, nos aseguramos de tener localizadas las entradas y esperamos pacientemente.

Cuando las puertas se abren, buscamos nuestro cómodo asiento con minuciosidad, no sea que nos equivoquemos de lugar y nos tengamos que enfrentar a la situación ridícula de que alguien nos reproche el habernos equivocado de fila.

La sala se va llenando, ya falta poco y las luces empiezan a disminuir de intensidad. Por fin todo se apaga y empieza a surgir una música, la que nos indica que ya comienza el espectáculo audiovisual. Vemos el logo de la productora de la película y comienzan a aparecer los nombres de los actores del reparto. Vemos todos los nombres y cuando termina la introducción. NOS LEVANTAMOS Y NOS VAMOS DE LA SALA.

Eso es lo que hacen millones de judíos en todo el mundo.

Recitar que el Dío es Uno, Único, y no, esa afirmación  no es una mitzvá. Es sólo la afirmación de una realidad. La realidad de que no hay trinidades, triunidades o ningún panteón de dioses: cuatro o cuatro mil.

En verdad la mitzvá es el mandato que sucede a esta declaración de Moshé:

“ y amarás a El Eterno, tu Dío, de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;

y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.

Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos;

y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.

Este es el gran mandamiento. Y si lo hubiéramos tenido como un referente vivencial durante toda nuestra existencia, nos habría ido de otra manera. Y lo digo, lógicamente, recordando la destrucción del Templo de Yerushalaim,  y el exilio y la diáspora que nos tiene fuera de Israel y de la voluntad del Eterno.

Si no hubiéramos olvidado este mandato, ni las palabras de Shelomo ( 2ª Crónicas 7:19-22), la realidad sería otra. Y no es importante porque lo diga yo, sino porque es palabra del Dío de Israel.

Deberíamos preguntarnos:  ¿en qué estamos fallando para que el Templo siga destruido y profanado el lugar, desde hace 1951 años?.

Meditemos.

Berajot