Shalom estimados:
La parashá de esta semana contiene dos historias muy diferentes. Dos personas muy diferentes, lugares diferentes y valores diferentes. José y Judá son los protagonistas de esta parashá.
En esta ocasión me voy a referir a Judá.
La tradición talmúdica enseña que él había heredado de su madre Lea, la capacidad de reconocer sus errores. Pero la Torá no nos dice eso, ni nos muestra a Judá como un dechado de virtudes.
Nos muestra a un hombre que se une a una mujer cananea, siguiendo la pauta de conducta de su tío Esav. Le vemos con el comportamiento de un pagano, un hombre sin palabra. Un hombre que antepone sus intereses al bienestar de su nuera viuda. Él es causante de la indignidad de su nuera, de esa bajeza moral, como causa de su impiedad.
Aunque la tradición dice que Tamar era Israelita, la Escritura nos dice lo contrario. No era de la Familia de Judá, sino una mujer de los pueblos cananeos. Leer cómo se disfraza de prostituta religiosa, siguiendo la práctica de los pueblos del lugar, nos debe hacer desechar esa idea. Más aun cuando investigamos cómo era practicada esa fornicación religiosa.
Tampoco era un hombre con afecto fraternal, él fue el que tuvo la brillante idea de vender a José a aquella caravana de Hicsos, denominados en el texto de los escribas como ismaelitas.
También dice el Talmud que Judá se casó con ella y la dejó embarazada varias veces, algo que la Torá niega.
Es desconcertante ver como Judá, que da nombre a la tribu, y hoy a la religión de Israel, nos ha dejado como herencia sus actitudes: su falta de valores y su falta de temor del Eterno.
Por eso Judá no es un referente, no puede serlo para nosotros hoy en día. Aquella mujer que enseñaba sus partes íntimas en el camino, se mostró más digna que él, más de fiar y más integra.
Afortunadamente, el texto nos habla también de José, totalmente antagónico con él.
No olvidemos nunca quienes somos, a qué pueblo pertenecemos y a quién servimos. No es importante cómo nos denominamos, sino cómo vivimos.
Shalom.
Rab. Mijael Sofer PhD.