
Shalom estimados lectores.
La parashá de esta semana es la conclusión de una historia fantástica. No porque sea fantasiosa en su origen (falsa y producto de la invención humana) sino por lo maravillosa, espectacular y llena de contenido de lo alto.
Serán pocas las veces que en mi sencilla enseñanza argumente la importancia de la obra del Eterno. El Tanaj está plagado de referencias a la mano poderosa del Dío de Israel, la porción de esta semana es una de ellas.
Ya me refería en la porción de la semana pasada a la valoración correcta, que es cuando la carrera ha terminado. Esta semana nos habla del paso por la meta.
José inició la carrera con ilusión y buenas esperanzas, pero al poco le dejaron desnudo y siendo esclavo: malas sensaciones para el que quiere ser exitoso en su vida.
Lo que ocurre es que el Eterno, bendito sea, tiene el dominio de toda situación, por muy dura que parezca.
Del relato de esta semana me dejan sabor profundo dos mensajes:
- 45:2 “alzó su voz en llanto”
- 45:8 “no me enviasteis vosotros acá, sino Elohim”.
Cuando uno lee estos dos pasajes con detenimiento, pareciera que son antagonistas: uno habla de dolor y el otro de reconocimiento absoluto de la mano soberana del Dío de Israel.
Ciertamente, depositar nuestra fe y esperanza en el Dío único, no te exime de dolor y sufrimiento. En este caso por la ausencia de la familia, de los seres amados, de paz, de compañía. No olvidemos que es el relato de un hombre solo, sin familia, sin futuro, en un medio hostil. La injusticia y la opresión eran su desayuno y su cena. Lo maravilloso es que cuando el Eterno te bendice, nada ni nadie puede anularlo. Nada ni nadie puede contra ti.
Su lloro desconsolado nos habla de un hombre que acaba de tener un punto de quiebra interior. No lo hayamos llorando en la cárcel, ni en el pozo. Parece que no tuviera sentimientos o sensibilidad, nada de eso. Lo cierto es que debemos ser fuertes en la adversidad y en los problemas. Debemos buscar al Eterno en todas las cosas, como hizo José.
Y lo halló, lo halló en cada circunstancia de su vida, en cada día de oscuridad en aquella cárcel. Porque si miramos bien, el Eterno no lo dejó solo ni unos minutos de su azarosa vida.
No sabemos, no vemos, no percibimos la realidad de las cosas. Por eso la reflexión debería ser: vivir la vida, como si el minuto siguiente fuera a ser el más importante y trascendente de nuestra existencia. Como si la oscuridad estuviera a punto de ser luz cegadora. Como si la adversidad se fuera a convertir en el momento más esperanzador jamás imaginado.
Y es que el Eterno es el soberano.
Cuando era pequeño, leí miles de veces un cartel que había en mi casa:
El hombre propone, el Dío dispone.
¡No lo olvides!
Shalom.
Rab. Mijael Sofer. PhD.